sábado, mayo 19, 2007

Caro: religión, nacionalidad y regeneración - Vargas

Caro: religión, nacionalidad y regeneración.

Por David Ricardo Vargas Ríos

Es entonces sustancialmente importante trazar un perfil intelectual de Miguel Antonio Caro para emprender el desarrollo de los objetivos propuestos. Así entonces, se ve en Don Miguel a un hombre culto, escritor y doctrinante, que dejó en sus escritos un conjunto sistemático de pensamiento que constituirá una tendencia casi imperante a la hora de la orientación política de Colombia. Sus escritos poseen entonces, a grandes rasgos, la divina capacidad de la persuasión y el convencimiento, sin dejar de lado la facilidad que tenía para plasmar en sus escritos como periodista sus fuertes ideologías políticas, llevando a colación en sus artículos cuanto tema de la vida pública le era posible alcanzar.

De esta manera queda claro, que no es posible fundamentar su pensamiento en una razón meramente casuística y temporal, ni atribuirle el mismo al liberalismo radical de su época, sino más bien al forjamiento del carácter conservador, dogmático y rígido del que siempre hizo alarde, cuyo principio fundamental fue la autoridad como fuente suprema del razonamiento, al punto de llegar hasta a transgresiones a la lógica misma.

Se llegó a elogiar el pensamiento rígido de Don Miguel Antonio, algunos por considerar lógicos sus argumentos y otros por la consecuencia ideológica de sus actos, es decir siempre fue un hombre que actuó conforme a sus ideologías tanto en la vida política como en su obrar social. Pero retomando, no se puede aislar su calidad de excelente orador y escritor, al tiempo que la facilidad que aplicaba a la hora de los sofismas, lo hacían en ocasiones preciosamente contradictorio, por lo que no basta leerlo una vez para comprenderlo sino que merece un examen más detenido, por ejemplo: “… un buen católico no puede usar para con su adversario sino un alengua semejante a éste: “yo entro con vos a discusión para probaros que mi fe puede defenderse con las armas de la razón ; y esto para honra de Dios y para aprovechamiento nuestro. Deseo lograr venceros con las armas de la razón, a fin de inclinaros a mi fe. Más si lográis vos dejarme sin respuesta en esta discusión, no por eso me daré por vencido; pues yo tengo el asilo de mi fe, a donde no alcanzan los tiros del raciocinio.” [1] . Vemos entonces claramente que aunque intenta atribuirle sus argumentos a la razón, cuando ve la posibilidad de estar derrotado revela su verdadera fuente de veracidad para todos los campos del pensamiento, cualquiera del que se trate, dicha fuente por su puesto es Dios a través de la Iglesia Católica.

Así pues esa personalidad religiosa y su espíritu dogmático lo ponían en una situación precaria y de intransigencia que no le permitía ceder ante ningún argumento válido que pudiera contrariar sus creencias. Es éste entonces el pensamiento que se convirtió en la vértebra de la Constitución de 1886, donde se ve claramente su preferencia y supeditación de un mandato de la razón a un mandato externo, el religioso. Caro ve en el racionalismo una especie de filosofía soberbia, sectarista “ que profesa el juicio privado como principio esencial de su creencia[2], y por lo tanto no entiende ninguna posibilidad de realización sin la presencia de la autoridad, pero una autoridad realmente severa y que también postulará en otro de los temas que nos interesan, la educación, respecto de la cual dice: “la educación bien entendida y bien dirigida es, en efecto, la negación más explícita de la libertad sin límites del pensamiento y la palabra. Educar es enseñar, por medios más o menos eficaces, a pensar con rectitud, a hablar con decoro, y a obrar bien[3] .

En consecuencia, todo vestigio de autoridad tiene un origen divino, y su fundamento son los textos antiguos, padres de la iglesia y hasta teólogos, configurando su deseo más férreo el hecho de llevarlos a la práctica, y pregonando su propia teoría constitucional, pues aunque acepta que la Iglesia y el Estado son potestades diferentes y armónicas, también reconoce un poder superior al temporal, el espiritual, que reside en una sociedad universal, la Iglesia, mostrando claramente una sumisión de aquél frente a ésta.

Este pensamiento se consolidó en diario vivir y la práctica habitual de la vida nacional, donde era imprescindible tener claros principios como la capacidad de la iglesia de reprender a los gobiernos, cuando a su juicio, se separan de sus mandatos, la intervención activa en la política etc., pues la única manera de mantenerse al lado es cuando la política sea una actividad meramente administrativa.

El siguiente paso para combatir el radicalismo liberal, era llegar al seno de la sociedad, al individuo en sus familias y la manera más inteligente era a través de la educación, que siempre manifestó ser para él un punto prioritario en el gobierno, y que recordamos claramente en la Constitución del 86 y en su discurso de posesión como Vicepresidente de la República el 7 de agosto de 1892. Esto revela de manera trascendente su feroz enemistad con la educación laica pregonada por la Constitución de Rionegro. No se podía entonces aceptar por parte del Partido Conservador una educación en principios científicos sin la obligatoriedad de una educación estricta y tajante en la religión, por lo cual entre otras cosas se opuso fervorosamente a la importación de maestros protestantes de Alemania pues, “niños católicos piden maestros católicos, es tiránico criar ovejas en el seno de lobos”[4].

Visto a grandes rasgos el pensamiento de Caro, se puede vislumbrar que es un ideario a las teorías conservaduristas de lege data, pues ve en la Iglesia un modelo de perfección social, y al parecer no tuvo en cuenta la cantidad de calamidades que ésta había cometido a lo largo de la historia, ni la cantidad de aberraciones de las cuales es titular, ni la corrupción en su interior, ni el retraso en el que sumió a la humanidad por mas de 8 siglos, dejando los derechos a un lado para dar paso a la autoridad. Si bien es cierto que todo en extremo es malo, y que la virtud se encuentra en un punto medio, lo que logró en cambio fue una cultura cerrada, una Constitución que fue igual de extremista a la anterior, aquí no hay ánimo en defender ningún extremo, como se dijo antes, la medida justa es la razón. Aún así ese fue el momento histórico que la nación se vió obligada a vivir, y está bastante alejado decir si era completamente necesario o si pudieron darse soluciones con caminos diferentes, lo que es una realidad es que la nación se sumergió en un cauce contrario al llevado por el mundo, dejando un rastro de atraso en el desarrollo de las ciencias y el arte entre otras cosas.

Damos así paso al segundo interrogante de manera superflua al terminar con el primero, cuando entendemos que Caro vió en la religión no solamente un pilar para el forjamiento de la nacionalidad como presupuesto máximo de la Constitución del 86, sino como el dique a ideas que pudieran poder en riesgo su propia tradición. Volvimos entonces a la colonia, a culturizar al indígena, a catequizar en la religión católica. Un verdadero movimiento restaurador fundado en dos pilares de una cohesión nacional, la lengua española y la religión católica consagrados como tales en la Carta del 86.

Entonces queda claro que es posible afirmarse que Colombia vivió bajo la sombra de un Estado confesional por mas de un siglo, y aunque el ascenso del liberalismo en el 30 y la posterior reforma del 36 garantizaron de alguna manera la libertad de conciencia y de culto, no fue sino hasta la Constitución del 91 [5] que Colombia adoptó una forma de Estado moderno.

Es hora pues de retomar lo que dejamos en el tintero, es decir, la posibilidad de entender la nacionalidad, según Caro, como una respuesta lógica a una situación histórica, sin que esto implique, como ya se afirmó anteriormente, que el ideario político y filosófico de él llevan una trascendencia superior y están ligados más bien a su personalidad dogmática y estricta.

Es preciso desarrollar el segundo aparte del ensayo con una cita textual, donde entre otros, marca Caro parte de su idea de nacionalidad: “El doctor Nuñez no entregó el país al partido conservador, lo entregó a una cosa más grande, que se llamó nacionalismo. Que esto fuera bueno o malo es otra cuestión. Pero yo sostengo que cuando el doctor Nuñez entregó el país al nacionalismo, no cometió traición; por eso tengo que sostener esa causa. ¡La sostendré hasta la muerte! “[6]

Se pueden inferir de el párrafo que la nacionalidad es la que contiene la soberanía del Estado, una idea muy de moda en la época, el Estado-nación, y de manera imperante en las Repúblicas Unitarias, por lo que entre otras cosas, cuando el delegatario del Estado del Cauca, general Rafael Reyes, propuso que los Estados antes soberanos, no perdieran su nombre de “estado”, Caro se opuso rotundamente y explicó la necesidad de cohesión y la imperativa gramática al respecto, dejando claro que Estado sólo era uno en su denominación genérica y que ellos conservarían sus nombres propios como “Cauca”.

El elemento cohesionante era el catolicismo, pues ya había sido violentado salvajemente por el liberalismo de tendencia radical, extremista y por qué no, hasta socialista, cuando decidió emprender la idea de hostilidad frente al clero, la separación de Estado e Iglesia, impartición del protestantismo y las libertades absolutas, entre las que estaba la religiosa, consolidando así una competencia que el catolicismo no había pedido, y menos aún los católicos.

Después de la Humareda, y frente al palacio de San Carlos, Nuñez pronunciaría las palabras famosas: la Constitución de 1863 ha dejado de existir”. Con esto emprende el gobierno y el movimiento delegatario para la nueva constitución, donde participaría activamente Don Miguel Antonio quien plasmaría en la posterior Constitución los ideales demostrados por el mismo Nuñez. Vemos en dicho momento la manifestación del ideal, el cual más adelante se aglutinará en que la nación reconocerá la personalidad jurídica de la Iglesia, la nación soberana la reconoce como lazo del pueblo, y así mismo se le atribuyen encargos en cuanto a la educación, la representación frente a la Santa Sede etc.

Esto responde entre otros argumentos, a la necesidad según algunos de inculcar la religión en las masas, pues al parecer la criminalidad era una situación grave en la época y se infería que la causa era el destierro de Dios de la vida social. Caro a su vez diría que era la religión Católica y no podía ser ninguna otra, pues era ésta la que había educado a los criollos y había acompañado al pueblo como maestra durante varias décadas había educado a los padres y seguiría con los hijos.

Discutido el tema la concreción no está en otro lado sino en la propia Constitución del 86, donde el art 38 reza: “ la religión católica, apostólica y romana, es de la Nación, los poderes públicos la protegerán y harán que sea respetada como esencial elemento del orden social.

Se entiende que la religión Católica no es ni será oficial, y conservará su independencia”. [7]

Finalmente entonces, la nacionalidad se matiza y es una realidad para la historia de Colombia, partiendo desde la religión, de ésta en la educación y del movimiento regeneracionista, dejando así el campo y con los supuestos estudiados sobre el pensamiento de Caro, decantado en lo posible, para formular ciertas conclusiones al respecto y de observar las implicaciones que esto tuvo para el desarrollo de la vida política y social de Colombia de entonces y de ahora.

Lo primero que es evidente es la supeditación de la verdad de la razón a la verdad teológica, lo cual desemboca directamente en el activismo político vinculado estrechamente con la creencia religiosa, es decir los funcionarios públicos tendrían cierto grado de determinación en la medida que estuvieran mas unidos a la religión, pues se convertiría en heraldos de la causa católica y era inminente llegar a los negocios públicos.

Los segundo, es un aspecto positivo y es el de transformar una soberanía popular, en una soberanía nacional, pues la religión es de la nación y no de la mayoría del pueblo, así se cohesionaría la República Unitaria, además implicaría también el dejar la voluntad en manos divinas y no en el pueblo, por la desconfianza que éste le suscitaba. Esto de igual manera solo cambiará con la constitución del 91 que consagra las libertades de culto y el pluralismo étnico fuentes del organismo democrático y de participación estatal, obviamente sin perder los lineamientos de la nacionalidad.

En tercer lugar, nos detenemos frente a la problemática de la autoridad extrema, tanto así que el país se ha acostumbrado a la necesidad de restablecer el orden siempre mediante medios excepcionales, creando un completo desacomodo de la democracia, y llevando la institución romana de la dictadura a una constante en nuestra historia, por la incapacidad que se ha atribuido el pueblo mismo para la solución de conflictos, es decir, nos hemos encargado de transformar un mecanismo accidental y restringido en un sistema de gobierno quitando la autodeterminación política de los ciudadanos y buscando las respuestas en manos de otros.

En cuarto lugar mencionamos entonces que dicho supuesto de religiosidad como fundamento de nacionalidad tiene, finalmente, el cometido de la unión, y esta claramente reclamado en situaciones precarias como las que se vivían. Sin embargo, trae también muchas consecuencias negativas para la actividad política ciudadana y a su vez para la comprensión de conceptos fundamentales para su óptimo desarrollo, pues no es posible reducir, la soberanía, libertad, democracia etc, a un poder divino, a un Estado confesional y a una metafísica religiosa. Es entonces cuando se constituye la excepción en la regla como el modus operandi permanente y llegando de cara al conflicto del extremismo, del determinismo, la dogmática, la inflexibilidad y así sucesivamente alejándose del equilibrio ideal, y negando gradualmente posibilidades al pensamiento político. Cabe resaltar que dicho fenómeno no es propio únicamente de las manifestaciones idearias de Caro, también sucedió lo mismo a lo largo de nuestra historia, y sólo para ser consecuente cronológicamente es de resaltar el terrible extremismo en el que se vió sumido el país a lo largo de las décadas inmediatamente anteriores a la regeneración, donde el liberalismo radical y absoluto dejó caos y desorden tanto político como social en el territorio, dicho desorden que sería el fantasma que acecharía la conciencia política colombiana durante siglo XX.

Por último, se hace la mención de cómo entender la regeneración como modernismo en Colombia en contraposición al verdadero modernismo imperante en el mundo de la época. Se dejaron de lado las ciencias a la hora de determinar un una complejidad social, es decir, se obviaron absolutamente la sociología, la economía, la historia misma, en pro de la construcción de una nacionalidad, que si bien es cierto era necesaria categóricamente, pudo alejarse del extremismo en el que se sumió, cambiando de un radicalismo a otro y dejando en su lugar a la teología. Aunque puede ser que dicho autoritarismo fomentó la recuperación de la desinstitucionalización y desorden político y social vivido durando el siglo XIX, tuvo sin embargo graves falencias en cuanto a la democracia, la participación política, la participación ciudadana, las ciencias, la filosofía, el arte, la libertad, los derechos fundamentales que quedaron supeditados a los deberes civiles, dejando así una huella profunda de incapacidad analítica del pueblo y de la política misma, devolviendo el Estado a la precariedad medieval, y que no cambiarían pronto, pues la calma fue relativa y vinieron más movimientos manifestarios de la inestabilidad y la inconformidad, golpes de Estado, dictaduras etc.

No se puede negar que la necesidad de construir la nacionalidad entonces era ciertamente imperante, más esos medios no eran los idóneos, pues es inexorable pregonar también la diversidad frente a la homogeneidad, sin que se excluya la nacionalismo, para crear una libertad de conciencia y a su vez como todo acto humano recaer en dicha libertad la responsabilidad de todos los aspectos a los que ella conlleva, es decir, la política, la economía etc, para dejar de lado los fanatismos y los dogmas transformándolos en desarrollo, en inventiva, en ciencia y en progreso que permitan combatir con los problemas que agobian a la sociedad colombiana en todo tiempo. Los hombres son libres y deben aprender a elegir y sacrificar, no se trata de radicalismos ni extremos, de reos o libertinos, se trata de madurez política y se debe fomentar en el pueblo y desde él, pues solo él conforma la nación y la soberanía solo reside a su vez en ésta.

Concluyendo y de de cara a la postmodernidad es inminente que llegue la hora de que el pueblo tome las riendas de su destino político, y que los gobernantes no impongan sus ideologías de manera tajante, la virtud está, como pregonó Kant con su imperativo categórico, en “obrar como legislador y súbdito a la vez, en la República de las voluntades libres y autónomas”. El Estado y la patria deben ser protagonistas y es conditio sine qua non entender que su protagonismo sólo depende de la actuación de los ciudadanos, y que el destino de cada individuo está sujeto al propio de él y ella.


[1] Artículos y Discursos, Caro Miguel Antonio, 1888.

[2] Artículos y Discursos, Caro Miguel Antonio, 1888.

[3] Artículos y Discursos, Caro Miguel Antonio, 1888.

[4] Artículos y Discursos, Caro Miguel Antonio, 1888.

[5] Corte Constitucional, Sentencia C-027de 1993

[6] Artículos y Discursos, Caro Miguel Antonio, 1888

[7] Constitución de 1886